(IAR Noticias) 28-Febrero-2010
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Antenas del proyecto HAARP en Gakona, Alaska. |
Las siete plagas de la destrucción parecen haberse desatado sobre el planeta y la humanidad. Y las interpretaciones sobre el origen de las catástrofes seriales que devastan la tierra giran desde lo científico a extrañas teorías (silenciadas oficialmente) que atribuyen esos fenómenos a experimentaciones militares orientadas al control de países y de poblaciones.
Por Manuel Freytas (*)
manuefreytas@iarnoticias.com
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El Apocalipsis, según el clima
Una serie inusitada de fenómenos climatológicos extraordinarios se registró en el planeta durante las últimas semanas.
Es como si hubiera estallado un aviso de Apocalipsis: Terremotos, lluvias de una intensidad inusitada en todo el hemisferio sur, nevadas históricas en el este norteamericano y el norte europeo, sequías devastadoras en las mismas regiones donde no hace mucho las inundaciones arrasaban a poblaciones enteras. Aludes, incendios forestales, crecidas de ríos y océanos, deshielos monumentales, hambrunas masivas.
Para la mayoría de los científicos esos fenómenos catastróficos son la consecuencia natural de la contaminación y la destrucción del planeta. Para otros es una señal mística del «fin del mundo».
Y están los que piensan que detrás de esos desastres encadenados hay un plan estratégico imperial y una manipulación científica de estos fenómenos orientados al control de países y poblaciones.
En la teoría más difundida, el calentamiento global está potenciando y acelerando el desenlace de estos fenómenos devastadores. Y la mayoría de los científicos aseguran que estas catástrofes encadenadas, llegaron para quedarse.
Según la Organización Meteorológica Mundial de la ONU, los últimos diez años fueron los más calurosos en la Tierra desde que se registran científicamente hace unos 120 años.
Científicos de la metereología hablan de un fenómeno cíclico producido por El Niño, que desata un cambio en las temperaturas y corrientes marinas, que se desarrolla cada dos a siete años en el Pacífico y que afectan desde América del Sur hasta Australia e Indonesia.
De acuerdo con la Administración Nacional de la Atmósfera y los Océanos de EEUU, la temperatura promedio del planeta entre el 2000 y el 2009 fue de 14,3 grados centígrados, un grado más que el promedio del siglo XX.
Esta situación llevó a que en los últimos 30 años se derritiera una tercera parte de los hielos del mundo, que constituyen la principal fuente de agua dulce de la mayoría de los seres humanos.
Y de acuerdo con las proyecciones del sistema de predicciones del Servicio Meteorológico Británico, el 2010 -a pesar de las nevadas históricas- ya se perfila como el año más caluroso desde que se contabilizan registros.
Según el Reporte sobre el Impacto del Clima difundido por agencias del gobierno de EEUU, estos fenómenos se acentuarán y agravarán en los próximos años. Entre los pronósticos se señala que los huracanes serán cada vez más letales en todo el Caribe, que se extenderán al sur hasta Bahía, en Brasil, y al norte hasta Nueva York. Para Europa y América del Sur se proyectan sequías y precipitaciones extremas en una misma región.
Mientras tanto, en todas las cumbres sobre «cambio climático» como las de Río, Johannesburgo, o la más reciente de Copenhague, sólo se habla de «impacto ambiental», de «emisiones contaminantes» que destruyen el planeta, sin profundizar en las raíces y causalidades del sistema capitalista que las produce.
Esta omisión (cómplice y conciente) permite hablar de la «víctima» (el planeta y la mayoría de la humanidad) sin identificar al «criminal» (los grupos y empresas capitalistas que concentran activos y fortunas personales depredando y destruyendo irracionalmente el planeta).
En el sistema capitalista (nivelado como «civilización única») la producción y comercialización de bienes y servicios (esenciales para la supervivencia humana) se encuentran en manos de corporaciones empresariales privadas que controlan desde recursos naturales (entorno medio ambiental) hasta sistemas económicos productivos (entorno social) por encima de la voluntad de gobiernos y países.
Esto implica, en primer lugar, que no son los Estados sino las empresas capitalistas (los dueños privados de los Estados) quienes deciden cuándo, cómo y en qué lugar (y sin ninguna consideración estratégica de impacto ambiental global) instalar una fábrica o una explotación industrial contaminante orientada (antes que nada) a producir riqueza privada al costo de la destrucción del planeta.
Sus expositores, los científicos y funcionarios que «alertan» sobre la catástrofe ambiental, no la relacionan con la propiedad privada capitalista, con la búsqueda de rentabilidad y concentración de riqueza en pocas manos, con la sociedad de consumo y con las trasnacionales y bancos que controlan los recursos naturales y los sistemas económicos productivos sin planificación, y sólo orientados a la ganancia privada en todo el planeta.
El sistema capitalista, como acción y como resultante es irracional, no planificado y (salvo la búsqueda de rentabilidad y de concentración de riqueza en pocas manos) carece de lógica estratégica para preservar y proteger racionalmente al planeta de su propia acción depredadora y destructiva.
En este contexto, las cumbres para hablar del calentamiento global y de los cataclismos en ascenso, siempre terminan en un fracaso a causa de lso intereses enfrentados y la sguerras por los mercados que predominan en el sistema capitalista.
En diciembre pasado, ministros de 192 países reunidos en la gran cumbre de medio ambiente de Copenhague, en diciembre, se retiraron del encuentro sin llegar a ningún acuerdo trazar estrategias y destinar fondos para combatir y prevenir estas catástrofes climáticas.
La irracionalidad (la no consideración de emergentes o de efectos colaterales nocivos y/o destructivos) convierte a las empresas capitalistas en depredadoras del medio ambiente (ríos, fauna, y animales incluidos) por la sencilla razón de que no actúan siguiendo intereses sociales generales (la preservación del planeta y de las especies), sino en la búsqueda de intereses particulares (la preservación de la rentabilidad y la concentración de riqueza privada).
Y el justificativo social (crear «fuentes de trabajo») que utilizan resulta también irracional, dado que para «dar trabajo» no solamente generan pobreza masiva por explotación del hombre por el hombre, sino que además destruyen el entorno y los recursos naturales del planeta para proveer riqueza y bienestar económico sólo a los pocos que integran la exclusiva pirámide de los beneficios empresariales en alta escala.
En consecuencia, los acuerdos se hacen dificiles, cada vez más imposibles, y a partir de esa distorsión inicial, los que prometen «luchas y planes» para salvar al mundo de la catástrofe global, son los mismos Estados y empresas capitalistas que están causando (con su accionar depredador irracional) lo que ya claramente se proyecta como un Apocalipsis natural a plazo fijo.

